El ser humano lleva consigo un potencial extraordinario; las antiguas tradiciones no han cesado de repetirlo, y descubrimientos científicos recientes así lo afirman. Entonces, ¿Qué se nos resiste?¿Porqué no somos capaces de desarrollar estas capacidades?
La propia experiencia de la vida nos recuerdan que, aunque es evidente que tenemos cuerpo físico, emociones y pensamientos, también es evidente que somos algo muy distinto. Los nombres que se atribuyen a esa parte esencial del ser son tan diversos como las culturas: conciencia, alma, espíritu..
Si reflexionamos con atención sobre las enseñanzas de la antigua sabiduría y según la cual “todo está en todo”, deberíamos encontrar en alguna parte del cuerpo físico el circuito a través del cual se expresa la conciencia.
Pues bien, alrededor de 1970, John y Béatrice Lacey, del Fels Research Institute de Filadelfia, fueron los primeros en observar que, cuando el cerebro enviaba órdenes al cuerpo a través del sistema nervioso, el corazón no siempre las obedecía. El corazón tenía su propia respuesta, su propia lógica. También descubrieron que el propio corazón podía enviar al cerebro unas señales que, no sólo éste comprendía sino que además podía obedecer.
El corazón contiene un sistema nervioso independiente, específico y bien desarrollado. Se descubrieron en él más de 40.000 neuronas, a lo cual se añadía una compleja y tupida red de neurotransmisores, proteínas y células de apoyo. Con todo aquello de lo que dispone, parece que puede aprender, recordar e incluso percibir. Así pues, el corazón podría jugar un papel a nivel de la inteligencia y de la percepción de la realidad, pero, ¿Cuál? ¿Qué tipo de inteligencia se aloja en él?
El corazón se comunica con el cerebro de diversas formas:
Mediante las neuronas puede inhibir o activar determinadas partes del cerebro según las circunstancias. Significa que puede influir en nuestra percepción de la realidad y por tanto en nuestras reacciones. También produce hormonas y neurotransmisores. Como la oxitocina, la hormona del amor.
Además, el campo electromagnético del corazón es el más potente de todo el cuerpo, 5.000 veces más que el del cerebro y se extiende entre dos y cuatro metros alrededor del cuerpo, es decir, que todos los que nos rodean reciben la información energética contenida en nuestro corazón. Cambia en función de nuestro estado emocional. Cuando tenemos miedo, frustración o estrés se vuelve caótico y se ordena con las emociones positivas.
El circuito del cerebro del corazón es el primero en tratar la información que después pasa por el cerebro de la cabeza. ¿No será este nuevo circuito un paso más en la evolución humana?
Añadiremos también que la frecuencia cardiaca tiene dos clases de variación: una es armoniosa, de ondas amplias y regulares, y toma esa forma cuando la persona tiene emociones y pensamientos positivos, elevados y generosos. La otra es desordenada, con ondas incoherentes. Aparece con las emociones negativas. El miedo, la ira o la desconfianza.
Pero hay más: las ondas cerebrales se sincronizan con estas variaciones del ritmo cardiaco; es decir, que el corazón arrastra a la cabeza. ¿A qué conclusión nos lleva todo esto?
La conclusión es que el amor del corazón no es una emoción, es un estado de conciencia inteligente.
Este nuevo circuito interpretan la realidad sin apoyarse en experiencias pasadas, su conocimiento es inmediato, instantáneo, y por ello, tiene una percepción exacta de la realidad. ¿No es esto lo que nosotros llamamos intuición?
Para comprender mejor las excepcionales funciones que tenemos en el “cerebro del corazón”, vamos a describir un fenómeno muy curioso. El fenómeno de la resonancia. El principio de sincronicidad en los sistemas oscilatorios.
Pondremos un ejemplo. El inventor de los relojes de péndulo, Christian Huygens, en el siglo XVII, un día se dio cuenta de que todos oscilaban al mismo tiempo. Intrigado, modificó la posición de todos ellos con el fin de que oscilaran de manera independiente. Cuál no sería su sorpresa cuando, días después, observó que todos oscilaban de nuevo al mismo ritmo.
El fenómeno ha sido ampliamente estudiado desde hace tiempo, y se sabe que afecta a todos los sistemas oscilatorios. Se podría resumir así:
El elemento que tiene más intensidad marca el ritmo y, al sincronizarse todos los elementos del sistema, sacamos el máximo potencial.
Nuestro cuerpo, a través de los cristales líquidos y de todos los elementos que lo componen, es un gran oscilador biológico. Pues bien, de todos los elementos que lo forman, el oscilador biológico más potente es el corazón, no el cerebro.
En otras palabras, la Naturaleza nos ha hecho de tal manera que
– el corazón puede ser independiente del cerebro;
– el corazón es el oscilador jefe del sistema corporal, marca el ritmo;
Entonces, según el principio de resonancia, cuando todo nuestro sistema entra en resonancia y se sincroniza con el oscilador principal (es decir, con el corazón), entramos naturalmente un estado de coherencia perfecto, el cual debería entonces sacar el máximo potencial del ser humano a todos los niveles.
Esto significa, entre otras cosas, una salud perfecta; unas emociones estables, positivas, intensas y generosas; y una mente abierta, portadora de una inteligencia superior y creativa y, por qué no, ¡genial! ¿Os imagináis las posibilidades? ¡El ser humano en su punto álgido, en su máxima expresión!
Al imponer su ritmo, el resto del sistema comienza a funcionar de manera armoniosa y eficaz. Si se establece la coherencia cuando alimentamos emociones elevadas y pensamientos positivos, significa que ése es el ritmo que demanda el cerebro del corazón, que esa es la “voluntad del corazón”.
Y, ¿Cómo nos sincronizamos? Cultivando las cualidades del corazón: la apertura hacia el prójimo, el escuchar, la paciencia, la cooperación, la aceptación de las diferencias, el coraje… Es la práctica de pensamientos y emociones positivas.
La humanidad está preparada para dar un salto adelante en la expresión de la conciencia. Estamos preparados para descubrir y llevar a la práctica un modo distinto de organizar nuestra vida, nuestras relaciones, nuestro trabajo y nuestro tiempo libre, para vivir con mayor plenitud, vivir en paz y libertad, tanto personal como colectivamente. ¿No te resuena?
Libro: “El maestro del corazón” de Annie Marquier.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Muchas gracias por tu comentario.